miércoles, 15 de octubre de 2008

SOCIEDAD Y CULTURA EN EL MÉXICO BORBÓNICO

PROPÓSITO
La riqueza artística que se desarrolló en la Nueva España fue amplia y muy variada, hoy todavía podemos ser testigos de esa imaginación tan rica, en todo el territorio. Hay muestras de esa amalgama de pensamientos artísticos de dos fuentes principales la indígena y la española. Hoy los estudiantes pueden estudiar esas riquezas en los museos, las iglesias, los edificios civiles y las plazas públicas.

INTRODUCCIÓN
Una manifestación de gran esplendor en la Nueva España fue la producción de arte principalmente de carácter religioso, aunque también lo hubo civil, pero se distinguió de manera desbordante el primero y una de estas grandes manifestaciones fue el estilo Barroco, que dejó muestras importantes en la arquitectura, en la pintura y en la escultura.

La Nueva España Barroca
La cultura del Barroco comenzó en Europa en el siglo XVII y pronto llegó a las colonias de ultramar. Esta corriente artística, durante mucho tiempo, estuvo reservada únicamente al conjunto de características formales de la obra de arte; luego se amplió al campo literario y hoy se acepta como la forma de definir todo un estilo de vida y el conjunto de valores que lo inspiraba. Por extensión, incluso, se habla de monarquía barroca (la absolutista), economía barroca (el mercantilismo) y mentalidad barroca.

Los artistas del barroco pensaron su obra en íntima conexión con la sociedad en que actuaron. Por debajo del aparente realismo, la estética barroca trataba de fundamentar la bondad de los marcos sociales, la adecuación de los esquemas políticos y de defender los postulados de una ética conservadora. El resultado fue un arte y una literatura formalmente intensos, sensuales, llenos de ingenio y teatralidad, pero también de hondura estremecedora y, a veces, de una noble desesperación. Una cultura, en suma, compleja, racional e irracional a la vez, que buscaba emocionar a la sociedad para convencerla de la justicia del sistema existente y de la necesidad de obedecer las instituciones, y que acabó a menudo siendo arrastrado por la propia sociedad.

En la cultura barroca se pueden distinguir dos niveles. En uno de ellos encontramos el esfuerzo por mejorar la imagen que la sociedad tenía de sí misma al acompañarse con los modelos estéticos e intelectuales que le ofrecía el Renacimiento. Frente a la suma perfección total que aquél había exigido, los artistas barrocos ofrecieron temas y modelos aparentemente reales, en los que la sociedad se reconocía y se gustaba. Este esfuerzo por elevar la naturaleza humana y acercar incluso lo abstracto religioso a lo cotidiano de la sociedad, también tenía una vertiente laica: recabar la dignidad superior hasta para los más desgraciados.
Hubo, sin duda, una cierta programación dirigida (que ha valido al barroco el apelativo de “primera cultura de masas”), surgida del convencimiento de que era más fácil educar al hombre a través de la emoción que de la razón.

También el barroco en la Nueva España reprodujo la riqueza enorme de sus minas, el apogeo de sus ciudades, en especial Puebla, Guanajuato, Zacatecas, Oaxaca, San Luis Potosí y claro no podía faltar Ciudad de México.

NEOCLÁSICO

Como reacción contra las formas alambicadas del Barroco, a finales del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX la Academia de San Carlos propugnó por el arte neoclásico, que se afanaba en recuperar las antiguas formas grecorromanas, encarnación del equilibrio y la serenidad de la razón.

El neoclasicismo se popularizó enormemente y prevaleció en México hasta 1810 entre las clases adineradas. Pasada la guerra de Independencia, la Academia de San Carlos pasaría por un época de crisis; por ello, la pintura mexicana de la primera mitad del siglo XIX sería obra de los artista extranjeros que llegaron a México atraídos por su historia, naturaleza, arqueo logía, vida y costumbres, a los que sumaban las pinturas de bodegones, mercados, peleas de gallos o sucesos de chinacos, de pincel anónimo y popular. Al nuevo país llegaron los “artistas viajeros”, dibujantes o científicos europeos cuya curiosidad los llamaba a retratar las ciudades, la naturaleza mexicana en pinturas, acuarelas, dibujos, estampas, libros e instrumentos que descubrían su paisaje, su tipología, su historia y costumbres.


LOS MINIATURISTAS

En la Edad Media, los monjes decoraban los manuscritos con cinabrio rojo, un óxido de plomo llamado minio. Esta técnica se empleó después en pinturas muy pequeñas, que se terminaron denominando miniaturas. Los miniaturistas solían pintar con pinceles finos y puntiagudos en superficies de tan diversa naturaleza como el dorso de un naipe, un pergamino, metal, tela, madera y marfil. Estas miniaturas que cabían en la palma de la mano, las encargaban los clientes ricos para exhibirlas en acontecimientos sociales; sus temas eran bodegones, paisajes, escenas costumbristas, cuadros religiosos elaborados en óleo sobre lámina recreados a santos con ángeles, alegorías, monumentos sacros, decoraciones para teatro de hasta cuatro por cinco centímetros en forma de camafeo y, por supuesto, retratos.

Estos últimos se enmarcaban, por lo general, en un círculo o un óvalo; se utilizaban como piezas de adorno personal o como objeto de regalo, ya que se montaban como joyas; incluso decoraban las tapas de los relojes. Estas obras son extraordinarias por la exquisitez del detalle y el cromatismo, y por la habilidad con que conseguían captar el carácter de su modelo.

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