miércoles, 15 de octubre de 2008

SOCIEDAD CULTURA Y VIDA COTIDIANA.

PROPÓSITO
A través de las siguientes lecturas el alumno tendrá la oportunidad conocer las diversas expresiones de la vida cotidiana que en la Nueva España, que van desde los vestidos de las diferentes capas sociales hasta la elaboración de joyas, pinturas monumentales para los conventos e iglesias, el diseño de vestidos de las clases dominantes, las pelucas y las gorgueras, los sarapes, las espuelas y los bailes llamados jarabes, las sedas traídas de Filipinas.

INTRODUCCIÓN

El grabado europeo del siglo XVIII obedeció a distintos intereses que poseen en común la difusión de conocimientos a través de las imágenes. Uno de ellos fue el interés científico, con el afán de conocer el mundo y el universo se grabaron gran cantidad de mapas. También existía mucha curiosidad por saber cómo eran las tierras allende el mar, por lo que muchos grabado de la época se centraban en describir alimentos, animales y hierbas desconocidas hasta el momento, y en retratar el mundo aborigen con sus costumbres e indumentarias. Asimismo, la posibilidad de incorporar imágenes a los textos que se reproducían por medio de la imprenta dio origen a múltiples retratos, principalmente religiosos, pues la religión fue un tema preponderante durante el siglo XVIII. A lo largo de estos siglos han sobrevivido muchos grabados de virreyes y prelados, tanto de España como de la Nueva España, los cuales permiten estudiar la indumentaria de estos personajes.

Retratos de una Sociedad

Los pintores barrocos dieron un gran peso a la representación de los gestos, a la vez que trabajaban con gran detalle la piel y las vestimentas con sus discípulos y trabajaban sobre tela o tablas, al óleo o al temple. Los modelos humanos no se copiaban; hubiera sido impropio representar con el rostro de una muchacha o un hombre de la calle a la Virgen y a Jesucristo, o a santos y mártires, parangones todos ellos de lo que entonces se entendía por belleza física, la cual además permanecía imperturbable a pesar de estar sometidos sus portadores a atroces tormentos, ante un fondo tenebroso o paisajes convencionales de montañas azules y verdes prados. El pudor de ángeles y serafines se protegía con gasas o con armaduras romanas.
Pero el retrato no abordaba sólo temas religiosos; por él desfilaba una sociedad novohispana que ya para entonces era muy variada: personas ocupadas en actividades cotidianas, personajes de alcurnia, teólogos famosos, obispos, monjas engalanadas o yacentes en su lecho mortuorio, señoras nobles y sus hijos, o doctores universitarios. Todos ellos, al perpetuar su efigie, legaron también a nuestros ojos el detalle de su vestimenta.





El Lejano Oriente, presente.

A pesar del empeño de la Corona española en proteger su industria y a los mercaderes castellanos, los productos textiles asiáticos gozaban de gran popularidad en América. La ropa de Filipinas, por ejemplo, se vendían en calles y mercados. Las telas orientales, con sus motivos y colorido, dieron origen a prendas como el paliacate, el cual tomó su nombre de su lugar de procedencia (la ciudad de Calicut-pañicut, en la India) y aún forma parte de la indumentaria popular e indígena de nuestro país. Otras se emplearon en prendas distintas de aquellas a las que se habían destinado, como los vestidos para dama elaborados con las sedas de las que se fabricaban la indumentaria oriental.
De oriente vinieron las telas decoradas con flores (especialmente las rosas bordadas en seda de múltiples tonos), medallones, coronas, frutos, vegetación y árboles como los tabachines. Asimismo, el gusto mexicano por lo colores intensos y contrastantes se identificó con el uso oriental de colores complementarios en un misma pieza textil, el delineado negro de las figuras y los efectos de engamados para producir luces y sombras en los motivos florares.
La influencia asiática en los textiles de la Nueva España se reflejó también en la llegada de múltiples maestros artesanos a enseñar algunas técnicas orientales en los talles gremiales.
La Nueva España llegó a ser la principal estación naval española en el Nuevo Mundo, donde los barcos de la flota de las Indias, cargados de oro, se concentraban antes de hincar la travesía de vuelta a España. Se sacaban recursos de las colonias para fabricar artículos en la madre patria, lo cual proveía de empleo y mercado, pues los mismos productos se vendían luego en las colonias.
Pero lo que transformó por completo el comercio internacional fueron los metales preciosos, que tenían una gran demanda en el Lejano Oriente. Así, a cambio de los bienes asiáticos, Europa ofrecía monedas de plata acuñadas en México. Lo anterior fue aprovechado por los comerciantes para su propio enriquecimiento, sobre todo en el comercio ilícito con los contrabandistas, piratas y corsarios.
Hiladores, tejedores, tintoreros, bordadores, sastres, agujeros, pañeros, curtidores, engarzadores, entorchadotes y lentejueleros creaban tejidos, prendas y accesorios que más tarde se enviaban a España.



De la gorguera a las cabelleras


Con la decadencia del imperio español durante el siglo XVII se ensombreció también la moda del traje ibérico, escindido ahora entre el apego a la tradición y la creciente semejanza con el traje francés. El atuendo masculino español había adquirido ya la formalidad de sus componentes actuales, excepto por el calzón, antecedente del pantalón. En cambio, las galas de las mujeres continuaron libremente su carrera barroca, sin otros cambios que los producidos por los vaivenes de la moda. En un principio eran las telas densas y oscuras, pesadas y opacas, realzadas con texturas y recamados de oro y plata, que envolvían los cuerpos y velaban sus formas naturales. El corsé se llevaba en forma de cono, con el talle más alto o más bajo según la moda. A finales de siglo apareció el traje suelto o mantua (nombre derivado de la ciudad del norte de Italia), anunciando un cambio que se producirá en al centuria siguiente.


Dechados de Virtudes

En el dechado de virtudes que realizaban las señoritas casaderas se desplegaba una gran técnica de puntos y texturas. Para lograrlas se empleaban numerosas técnicas, particularmente el zurcido, el bordado de realce, el calado y el deshilado. Las orillas se guarnecían con encaje hecho a mano. Estas obras se empleaban como tapices, cortinas y colchas, entre otros, o bien se enmarcaban y colgaban en las paredes. Las jóvenes, mientras aprendían a bordar, realizaban bonitos abecedarios, en los que se incluían números y dibujos, así como citas bíblicas.
Los bordadores no trabajaban sólo para el culto eclesiástico; sus obras engalanaban también la ostentosa industria de los señores principales, quienes ponían a su disposición exquisitos hilos y telas. Asimismo, durante los siglos XVII y XVIII, la gente de la nobleza acostumbraban adornar de encajes las gorgueras, los cuellos, los zapatos, chales, mantillas delantales, sobreros y hasta las calzas de lino que se llevaban sobre las medias.
También se comenzaron a utilizar encajes en los elementos del culto religioso y en la ropa de cama y mesa. Los libros de patrones para encajes tenían mucha aceptación. En un primer momento estuvieron destinados a la nobleza y a la realeza pero, más adelante incluían ya instrucciones prácticas destinadas a un público más amplio.






















SOCIEDAD, CULTURA Y VIDA COTIDIANA

PROPÓSITO
A través de las siguientes lecturas el alumno tendrá la oportunidad conocer las diversas expresiones de la vida cotidiana que en la Nueva España, que van desde los vestidos de las diferentes capas sociales hasta la elaboración de joyas, pinturas monumentales para los conventos e iglesias, el diseño de vestidos de las clases dominantes, las pelucas y las gorgueras, los sarapes, las espuelas y los bailes llamados jarabes, las sedas traídas de Filipinas.

INTRODUCCIÓN

El grabado europeo del siglo XVIII obedeció a distintos intereses que poseen en común la difusión de conocimientos a través de las imágenes. Uno de ellos fue el interés científico, con el afán de conocer el mundo y el universo se grabaron gran cantidad de mapas. También existía mucha curiosidad por saber cómo eran las tierras allende el mar, por lo que muchos grabado de la época se centraban en describir alimentos, animales y hierbas desconocidas hasta el momento, y en retratar el mundo aborigen con sus costumbres e indumentarias. Asimismo, la posibilidad de incorporar imágenes a los textos que se reproducían por medio de la imprenta dio origen a múltiples retratos, principalmente religiosos, pues la religión fue un tema preponderante durante el siglo XVIII. A lo largo de estos siglos han sobrevivido muchos grabados de virreyes y prelados, tanto de España como de la Nueva España, los cuales permiten estudiar la indumentaria de estos personajes.

Retratos de una Sociedad

Los pintores barrocos dieron un gran peso a la representación de los gestos, a la vez que trabajaban con gran detalle la piel y las vestimentas con sus discípulos y trabajaban sobre tela o tablas, al óleo o al temple. Los modelos humanos no se copiaban; hubiera sido impropio representar con el rostro de una muchacha o un hombre de la calle a la Virgen y a Jesucristo, o a santos y mártires, parangones todos ellos de lo que entonces se entendía por belleza física, la cual además permanecía imperturbable a pesar de estar sometidos sus portadores a atroces tormentos, ante un fondo tenebroso o paisajes convencionales de montañas azules y verdes prados. El pudor de ángeles y serafines se protegía con gasas o con armaduras romanas.
Pero el retrato no abordaba sólo temas religiosos; por él desfilaba una sociedad novohispana que ya para entonces era muy variada: personas ocupadas en actividades cotidianas, personajes de alcurnia, teólogos famosos, obispos, monjas engalanadas o yacentes en su lecho mortuorio, señoras nobles y sus hijos, o doctores universitarios. Todos ellos, al perpetuar su efigie, legaron también a nuestros ojos el detalle de su vestimenta.





El Lejano Oriente, presente.

A pesar del empeño de la Corona española en proteger su industria y a los mercaderes castellanos, los productos textiles asiáticos gozaban de gran popularidad en América. La ropa de Filipinas, por ejemplo, se vendían en calles y mercados. Las telas orientales, con sus motivos y colorido, dieron origen a prendas como el paliacate, el cual tomó su nombre de su lugar de procedencia (la ciudad de Calicut-pañicut, en la India) y aún forma parte de la indumentaria popular e indígena de nuestro país. Otras se emplearon en prendas distintas de aquellas a las que se habían destinado, como los vestidos para dama elaborados con las sedas de las que se fabricaban la indumentaria oriental.
De oriente vinieron las telas decoradas con flores (especialmente las rosas bordadas en seda de múltiples tonos), medallones, coronas, frutos, vegetación y árboles como los tabachines. Asimismo, el gusto mexicano por lo colores intensos y contrastantes se identificó con el uso oriental de colores complementarios en un misma pieza textil, el delineado negro de las figuras y los efectos de engamados para producir luces y sombras en los motivos florares.
La influencia asiática en los textiles de la Nueva España se reflejó también en la llegada de múltiples maestros artesanos a enseñar algunas técnicas orientales en los talles gremiales.
La Nueva España llegó a ser la principal estación naval española en el Nuevo Mundo, donde los barcos de la flota de las Indias, cargados de oro, se concentraban antes de hincar la travesía de vuelta a España. Se sacaban recursos de las colonias para fabricar artículos en la madre patria, lo cual proveía de empleo y mercado, pues los mismos productos se vendían luego en las colonias.
Pero lo que transformó por completo el comercio internacional fueron los metales preciosos, que tenían una gran demanda en el Lejano Oriente. Así, a cambio de los bienes asiáticos, Europa ofrecía monedas de plata acuñadas en México. Lo anterior fue aprovechado por los comerciantes para su propio enriquecimiento, sobre todo en el comercio ilícito con los contrabandistas, piratas y corsarios.
Hiladores, tejedores, tintoreros, bordadores, sastres, agujeros, pañeros, curtidores, engarzadores, entorchadotes y lentejueleros creaban tejidos, prendas y accesorios que más tarde se enviaban a España.



De la gorguera a las cabelleras


Con la decadencia del imperio español durante el siglo XVII se ensombreció también la moda del traje ibérico, escindido ahora entre el apego a la tradición y la creciente semejanza con el traje francés. El atuendo masculino español había adquirido ya la formalidad de sus componentes actuales, excepto por el calzón, antecedente del pantalón. En cambio, las galas de las mujeres continuaron libremente su carrera barroca, sin otros cambios que los producidos por los vaivenes de la moda. En un principio eran las telas densas y oscuras, pesadas y opacas, realzadas con texturas y recamados de oro y plata, que envolvían los cuerpos y velaban sus formas naturales. El corsé se llevaba en forma de cono, con el talle más alto o más bajo según la moda. A finales de siglo apareció el traje suelto o mantua (nombre derivado de la ciudad del norte de Italia), anunciando un cambio que se producirá en al centuria siguiente.


Dechados de Virtudes

En el dechado de virtudes que realizaban las señoritas casaderas se desplegaba una gran técnica de puntos y texturas. Para lograrlas se empleaban numerosas técnicas, particularmente el zurcido, el bordado de realce, el calado y el deshilado. Las orillas se guarnecían con encaje hecho a mano. Estas obras se empleaban como tapices, cortinas y colchas, entre otros, o bien se enmarcaban y colgaban en las paredes. Las jóvenes, mientras aprendían a bordar, realizaban bonitos abecedarios, en los que se incluían números y dibujos, así como citas bíblicas.
Los bordadores no trabajaban sólo para el culto eclesiástico; sus obras engalanaban también la ostentosa industria de los señores principales, quienes ponían a su disposición exquisitos hilos y telas. Asimismo, durante los siglos XVII y XVIII, la gente de la nobleza acostumbraban adornar de encajes las gorgueras, los cuellos, los zapatos, chales, mantillas delantales, sobreros y hasta las calzas de lino que se llevaban sobre las medias.
También se comenzaron a utilizar encajes en los elementos del culto religioso y en la ropa de cama y mesa. Los libros de patrones para encajes tenían mucha aceptación. En un primer momento estuvieron destinados a la nobleza y a la realeza pero, más adelante incluían ya instrucciones prácticas destinadas a un público más amplio.





SOCIEDAD, CULTURA Y VIDA COTIDIANA

PROPÓSITO
A través de las siguientes lecturas el alumno tendrá la oportunidad conocer las diversas expresiones de la vida cotidiana que en la Nueva España, que van desde los vestidos de las diferentes capas sociales hasta la elaboración de joyas, pinturas monumentales para los conventos e iglesias, el diseño de vestidos de las clases dominantes, las pelucas y las gorgueras, los sarapes, las espuelas y los bailes llamados jarabes, las sedas traídas de Filipinas.

INTRODUCCIÓN

El grabado europeo del siglo XVIII obedeció a distintos intereses que poseen en común la difusión de conocimientos a través de las imágenes. Uno de ellos fue el interés científico, con el afán de conocer el mundo y el universo se grabaron gran cantidad de mapas. También existía mucha curiosidad por saber cómo eran las tierras allende el mar, por lo que muchos grabado de la época se centraban en describir alimentos, animales y hierbas desconocidas hasta el momento, y en retratar el mundo aborigen con sus costumbres e indumentarias. Asimismo, la posibilidad de incorporar imágenes a los textos que se reproducían por medio de la imprenta dio origen a múltiples retratos, principalmente religiosos, pues la religión fue un tema preponderante durante el siglo XVIII. A lo largo de estos siglos han sobrevivido muchos grabados de virreyes y prelados, tanto de España como de la Nueva España, los cuales permiten estudiar la indumentaria de estos personajes.

Retratos de una Sociedad

Los pintores barrocos dieron un gran peso a la representación de los gestos, a la vez que trabajaban con gran detalle la piel y las vestimentas con sus discípulos y trabajaban sobre tela o tablas, al óleo o al temple. Los modelos humanos no se copiaban; hubiera sido impropio representar con el rostro de una muchacha o un hombre de la calle a la Virgen y a Jesucristo, o a santos y mártires, parangones todos ellos de lo que entonces se entendía por belleza física, la cual además permanecía imperturbable a pesar de estar sometidos sus portadores a atroces tormentos, ante un fondo tenebroso o paisajes convencionales de montañas azules y verdes prados. El pudor de ángeles y serafines se protegía con gasas o con armaduras romanas.
Pero el retrato no abordaba sólo temas religiosos; por él desfilaba una sociedad novohispana que ya para entonces era muy variada: personas ocupadas en actividades cotidianas, personajes de alcurnia, teólogos famosos, obispos, monjas engalanadas o yacentes en su lecho mortuorio, señoras nobles y sus hijos, o doctores universitarios. Todos ellos, al perpetuar su efigie, legaron también a nuestros ojos el detalle de su vestimenta.





El Lejano Oriente, presente.

A pesar del empeño de la Corona española en proteger su industria y a los mercaderes castellanos, los productos textiles asiáticos gozaban de gran popularidad en América. La ropa de Filipinas, por ejemplo, se vendían en calles y mercados. Las telas orientales, con sus motivos y colorido, dieron origen a prendas como el paliacate, el cual tomó su nombre de su lugar de procedencia (la ciudad de Calicut-pañicut, en la India) y aún forma parte de la indumentaria popular e indígena de nuestro país. Otras se emplearon en prendas distintas de aquellas a las que se habían destinado, como los vestidos para dama elaborados con las sedas de las que se fabricaban la indumentaria oriental.
De oriente vinieron las telas decoradas con flores (especialmente las rosas bordadas en seda de múltiples tonos), medallones, coronas, frutos, vegetación y árboles como los tabachines. Asimismo, el gusto mexicano por lo colores intensos y contrastantes se identificó con el uso oriental de colores complementarios en un misma pieza textil, el delineado negro de las figuras y los efectos de engamados para producir luces y sombras en los motivos florares.
La influencia asiática en los textiles de la Nueva España se reflejó también en la llegada de múltiples maestros artesanos a enseñar algunas técnicas orientales en los talles gremiales.
La Nueva España llegó a ser la principal estación naval española en el Nuevo Mundo, donde los barcos de la flota de las Indias, cargados de oro, se concentraban antes de hincar la travesía de vuelta a España. Se sacaban recursos de las colonias para fabricar artículos en la madre patria, lo cual proveía de empleo y mercado, pues los mismos productos se vendían luego en las colonias.
Pero lo que transformó por completo el comercio internacional fueron los metales preciosos, que tenían una gran demanda en el Lejano Oriente. Así, a cambio de los bienes asiáticos, Europa ofrecía monedas de plata acuñadas en México. Lo anterior fue aprovechado por los comerciantes para su propio enriquecimiento, sobre todo en el comercio ilícito con los contrabandistas, piratas y corsarios.
Hiladores, tejedores, tintoreros, bordadores, sastres, agujeros, pañeros, curtidores, engarzadores, entorchadotes y lentejueleros creaban tejidos, prendas y accesorios que más tarde se enviaban a España.



De la gorguera a las cabelleras


Con la decadencia del imperio español durante el siglo XVII se ensombreció también la moda del traje ibérico, escindido ahora entre el apego a la tradición y la creciente semejanza con el traje francés. El atuendo masculino español había adquirido ya la formalidad de sus componentes actuales, excepto por el calzón, antecedente del pantalón. En cambio, las galas de las mujeres continuaron libremente su carrera barroca, sin otros cambios que los producidos por los vaivenes de la moda. En un principio eran las telas densas y oscuras, pesadas y opacas, realzadas con texturas y recamados de oro y plata, que envolvían los cuerpos y velaban sus formas naturales. El corsé se llevaba en forma de cono, con el talle más alto o más bajo según la moda. A finales de siglo apareció el traje suelto o mantua (nombre derivado de la ciudad del norte de Italia), anunciando un cambio que se producirá en al centuria siguiente.


Dechados de Virtudes

En el dechado de virtudes que realizaban las señoritas casaderas se desplegaba una gran técnica de puntos y texturas. Para lograrlas se empleaban numerosas técnicas, particularmente el zurcido, el bordado de realce, el calado y el deshilado. Las orillas se guarnecían con encaje hecho a mano. Estas obras se empleaban como tapices, cortinas y colchas, entre otros, o bien se enmarcaban y colgaban en las paredes. Las jóvenes, mientras aprendían a bordar, realizaban bonitos abecedarios, en los que se incluían números y dibujos, así como citas bíblicas.
Los bordadores no trabajaban sólo para el culto eclesiástico; sus obras engalanaban también la ostentosa industria de los señores principales, quienes ponían a su disposición exquisitos hilos y telas. Asimismo, durante los siglos XVII y XVIII, la gente de la nobleza acostumbraban adornar de encajes las gorgueras, los cuellos, los zapatos, chales, mantillas delantales, sobreros y hasta las calzas de lino que se llevaban sobre las medias.
También se comenzaron a utilizar encajes en los elementos del culto religioso y en la ropa de cama y mesa. Los libros de patrones para encajes tenían mucha aceptación. En un primer momento estuvieron destinados a la nobleza y a la realeza pero, más adelante incluían ya instrucciones prácticas destinadas a un público más amplio.

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